miércoles, 18 de abril de 2007

Güeno pero güeeeeno




¿Por qué será que a las mujeres nos gustan los hombres “malos”? No estoy hablando de abusadores ni de golpeadores. Más bien me refiero a esa raza de abacanados que misteriosamente suelen salirse con la suya, son minos y aparecen no sufrir por amor.


Yo tuve un pololo enfermo de bueno, comprensivo, cariñoso, que me admiraba hasta la punta de los pies, y que siempre era el que me pedía perdón, incluso si era yo la del error. Duré 5 años. Me puso anillo de compromiso. Todo OK, o mejor dicho, tibiamente bien, hasta que apareció el rebelde sin causa, un tipo que se sabía cotizado y caí rendida a sus pies. Me tuvo por años igual que la canción: “Que sí, que no, que nunca te decides”, terminamos infinidad de veces, pero yo ahí, al pie del cañon, dispuesta a volver todas las veces que fuera necesario. Perna. Guata de callo. Después apareció otra vez un tipo güeeno, y enganché en un inicio súper bien, como para no creerlo: el cielo me había mandado a alguien que curaría mis heridas. Y todo maravilloso en un principio, pero ¡me van a creer que jamás deje de pensar en el otro!


Tengo una amiga que acaba de terminar una relación de chorrocientos años, se iba a casar, incluso ya estaba buscando iglesia y todo. Su pololo, casi para santificarlo en la vida, siempre creyendo que su misión en este mundo era hacerla feliz. Pero ella quería un tipo que la tomara rudo en sus brazos, tipo “¡ven pa´cá mujer!”, y la poseyera (sorry la siutiquería) más salvajemente, que llevara las riendas de la relación, alguien, creo yo, a quien decirle:”sí mi vida, sí mi cielo, sí mi sol”. Y, desde luego, que sexualmente fuera un toro, y no este angelito que hasta le hacía parecer que estaba cometiéndole pecado de la carne cada vez que lo tocaba. Y, de alguna manera, no deja de ser cierto. No sé. Hay algo de bondad que parece no ajustarse al sexo. Parece que muchas creen que para que el sexo sea “riiiico”, debe ser como medio perversillo. Como si: “Dale con el látigo” fuera la consigna. Me acordé de otra amiga, muy compuestita, que una vez que jugamos a la mímica y le tocó un papel con la misión de representar “sexo oral”, nos demoramos como media hora en entender qué cresta quería decir, porque más parecía que se llevara a la boca con la punta de los dedos una cuchara de oro en una gala de La Moneda que lo que decía el papelito. No me costó mucho tiempo saber que era pura pose; la muy pilla podía dar cátedra, pero sólo con los tipos que estaban de paso, jamás perdería la compostura con el gil bueno con el que finalmente se casó.
Fuente: Mujeres, Publimetro